Hace poco abordé el tema de pensar menos y sentir más, conectarse con el interior de uno mismo, animarse a poner la mente en blanco, soltarse, aflojar el cuerpo y dejarse llevar sin pensar. Tomo una parte concreta de la nota donde menciono algo que me parece interesante: “…si hay algo que siempre digo es que las personas se muestran tal cual son a través del juego. Pero ese será tema para otra oportunidad” Y la oportunidad creo que llego ahora.
Estaba dando una clase en el marco de un taller de expresión corporal en el que venía trabajando con juegos y dinámicas grupales. En ese entonces tenía a mi cargo un grupo de 15 personas, todos adultos, medianamente ordenados y estructurados bajo lo que todo adulto tiene: normas y reglas… También miedos e incertidumbres, siendo el más grande de todos los temores el quedar en ridículo. Este grupo de alumnos tan desconectados de su niño interior me puso a pensar en todas aquellas cosas que hacíamos cuando éramos chicos y que ya no hacemos más: ser sinceros sin importar nada -de ahí el dicho popular “los niños y los borrachos siempre dicen la verdad”-, hacer la vertical o la vuelta carnero –o como le llame cada uno-, quedarse jugando hasta tarde, contar las estrellas del cielo, colgarse de los árboles, y tantas cosas más.
Cada uno se muestra tal cual es a través del juego.
Gran parte de estas cosas están vinculadas con la flexibilidad ante determinadas situaciones, no solo desde lo emocional o lo racional, también desde lo corporal. Los adultos estamos llenos de limitaciones que nos vamos poniendo a medida que aprendemos a tener miedo. De pronto sos “grande” y te encontrás ante una audiencia dispuesta a escucharte y eso te asusta, vas a una entrevista de trabajo y te ponés nervioso porque temes dar una mala impresión, no sos capaz de ser sincero con los demás en muchas ocasiones y dejás de hacer ciertas cosas por miedo a caer o quedar mal, simplemente porque te preocupa el qué dirán. Pero no solo eso, un buen día vas a una clase de yoga -o streching o lo que sea- y te encontrás con que hay cosas que ya no podés hacer, o eso al menos creés vos, y como el cerebro es tan fuerte y la mente tiene tanto poder, terminás con la convicción de que ciertos ejercicios actividades o posturas corporales no están hechas para el adulto. Porque claro, tampoco es cuestión de andar sacando la lengua en público, poner los pies detrás de la cabeza, o correr por el aula saltando, esas pavadas ya no se hacen. No. Ahora solo nos dedicamos a trabajar duro, sufrir, quejarnos, pagar impuestos y alquileres, leer las noticias, hacer compras… pero ¿el disfrute dónde queda? Disponer de un momento, un tiempo para jugar también hace bien. Nos afloja, nos ayuda a encontrar soluciones creativas a los problemas, nos da un respiro, es un cable a tierra. Este punto también viene siendo recurrente para mí desde que escuche el término “Arteterapia”, tema que también he tenido oportunidad de abordar en notas anteriores.
Volviendo a los adultos normales con los que me tocó trabajar y al tema del juego, pienso: Cada uno se muestra tal cual es a través del juego. Dejamos libre nuestra esencia y por un momento nos convertimos en niños que participan y se comprometen en mayor o menor medida con las reglas. Algunos hacen trampa, otros no aceptan la derrota –quizá por tener un umbral muy bajo a la frustración o por vergüenza- otros son más competitivos y se toman todo muy en serio, algunos van por la vida jugando a ser libres pero en el momento que el juego termina vuelven a “la normalidad”. También están los empecinados en cambiar las reglas para jugar a su manera, los que se la juegan con todo sabiendo que no llegan –o no tienen suficientes puntos para cantar ¡“truco”!- pero arriesgan igual, sin importar nada; los emprendedores, los mentirosos, los que se mandan al frente solos, los que ayudan al equipo contrario porque “les da cosa” que vayan perdiendo, los cooperativos, y muchos otros más. El punto en común es que ese momento del juego es el momento más sincero y honesto que pueden llegar a vivir y pasar en mucho tiempo. Allí se sienten libres, protegidos, contenidos.
En lo personal debo decir que me encanta jugar y utilizo muchas herramientas lúdicas en mis clases con adultos, porque siento que es una forma de enseñar, aprender y pasarla bien al mismo tiempo. Al principio choca o genera cierta resistencia, pero luego todos se aflojan y cada vez que pueden me piden que repitamos.
Creo profundamente en el aprendizaje y enseñanza a través del juego, y creo también en la importancia de regalarnos de vez en cuando un momento para volver a ser niños y ver el mundo desde otro lugar: desde el disfrute, el crear y soñar, sin importar “el qué dirán”.
HERMOSO !!!!!
Hola Alicia, gracias por tu comentario. Saludos! 🙂