Mientras tengamos vida, ella nos acompaña o nos persigue, depende cuánto hayamos aprendido a querernos y a valorar nuestro reverso.
Tal como la sombra real -que va decreciendo a medida que se acerca el mediodía- a mayor luz, más pequeña parece; pero a medida que la noche se acerca, se escabulle en ella, ampliando su alcance y haciendo que nos perdamos en esa oscuridad.
Esta es una metáfora de cómo puede ser la relación que tengamos con aquellas cualidades y atributos que desconocemos como propios pero que se hallan en nuestro inconsciente. El analista Edward Whitmont describió la sombra en términos junguianos de la siguiente manera: “todo lo que hemos ido rechazando en el curso del desarrollo de nuestra personalidad por no ajustarse al ego ideal”. Ese ego ideal -con el cual generalmente identificamos nuestro ser-, se haya en consonancia con lo que en nuestro entorno familiar y cultural está bien visto y aprobado. Todas las tendencias, actitudes, pensamientos, emociones y sentimientos que no estén en sintonía con ello, pasan a formar parte de nuestra sombra.
La sombra es todo aquello que hemos ido rechazando en el curso del desarrollo de nuestra personalidad por no ajustarse al ego ideal.
A medida que transcurre la vida y la dicotomía avanza, nuestra personalidad se empobrece bajo el mandato tirano de nuestro pequeño ego, que manda al sótano de nosotros mismos todas aquellas aptitudes que ponen en cuestionamiento su autoridad. Pero esto no termina allí. Ese sótano no es impenetrable. Por allí se cuelan las sombras y ven la luz a través de los semblantes de otras personas que nos salen al encuentro cual espejos.
La forma más rápida para arrojar luz a nuestra propia sombra es indagar algunos puntos de nuestra relación con nuestros otros significativos. Preguntarse sobre los sentimientos desmedidos que ellos nos despiertan: admiración, desagrado, enojo, pasión irrefrenable, irritación o lástima, incluso a veces sin conocer a esas personas. Prestar atención a las quejas u observaciones que tienen sobre nuestras facetas negativas diferentes personas en distintos momentos. Observar los enojos viscerales que padecemos ante los errores de los demás, independientemente del tamaño de los mismos.
Luego, deberíamos tener la valentía de buscar en nuestras conversaciones privadas, aquellos escenarios donde fantaseamos posibles charlas, desenlaces heroicos o terribles, donde actuamos y decimos todo lo que en la vida cotidiana no nos animamos. Y aquí vamos a notar que lo que vemos en los demás es lo que más celosamente guardamos en estas fantasías que no nos animamos hablar con nadie por pudor, vergüenza o miedo.
Lo que vemos en los demás es lo que más celosamente guardamos en estas fantasías que no nos animamos hablar con nadie por pudor, vergüenza o miedo.
Todo eso nos pertenece. Reconocerlo, alumbrarlo, integrarlo a nuestra personalidad, e incluso la forma en que lo hagamos, nos va a otorgar autenticidad. Allí comienza nuestro proceso de individuación, que en términos junguianos representa el proceso que nos lleva a ser únicos de dos formas: la primera en cuanto a nuestra distinción de los demás y la segunda, a ser uno mismo sin divisiones internas, ser íntegros.
Al principio no será fácil: nos encontraremos en múltiples situaciones sintiendo, haciendo y diciendo cosas que antes no éramos capaces de ver en nosotros mismos, aunque estaban ahí. Esto va a entrar en contraposición directa con el ego que va a querer que todo eso que valientemente sacamos, vuelva al sótano.
Pero si somos fuertes y resistimos al miedo que nos despierta dejar de ser quién creíamos que somos para ver e integrar lo que realmente somos, vamos a ver que estos hallazgos de nosotros mismos, sólo parecen inadecuados porque se encuentran desfasados en tiempo y espacio.
Si, con amor, logramos que sean pertinentes, precisos y, mediante el discernimiento, encontramos los momentos, las circunstancias y las personas adecuadas para vivirlos, veremos que nuestra personalidad se enriquece infinitamente; porque ese sótano no tiene fin, la riqueza del inconsciente es inacabable.
Cuidado
Cuidado de aquel que no puede disfrutar de su soledad,
necesita de los demás para distraerse de sus infiernos.
Cuidado de aquel que se regocija en ella,
menosprecia a los demás y sus individualidades.
Cuidado de aquel que no duda de sí mismo,
buscará depositar en otros todo lo que niega en sí.
Cuidado de aquel que no cree en sí mismo,
buscará en los demás la fortaleza de la cuál se hará dependiente.
Cuidado de aquel que no se ríe de sí mismo,
se burlará de los demás en sus apariencias de seriedad.
Cuidado de aquel que no se toma en serio,
justificará todas sus acciones nefastas en su falta de madurez.
Cuidado de los que necesitan de todos,
nadie les alcanza, nunca.
Cuidado de los que no necesitan de nadie,
en su creencia de superioridad, tienen el corazón seco.
Cuidado de ti, de tus opuestos inflexibles y rígidos.
No vaya a ser que te quiebres en absolutismos,
por no ver que la vida es continuo cambio.
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