“La mente intuitiva es un regalo y la mente racional es un fiel sirviente. Hemos creado una sociedad que rinde honores al sirviente y ha olvidado el regalo”. Albert Einstein.
Ser intuitivo es principalmente atreverse a creer.
Ese creer podría confundirse con creer en uno mismo, de forma personal. Pero no. Va más allá. Es creer en lo divino que habita en mí, en lo que me trasciende y transciende todas las formas de lo que nos rodea. Es la concentración y expansión de la esencia. Y ésa es la esencia que pone de manifiesto la intuición.
Carl Jung considera fundamentales cuatro funciones psicológicas, dos racionales: pensar y sentir; y dos irracionales: percibir e intuir. Es preciso aclarar que la palabra irracional se refiera a lo que no tiene racional fundamento.
Así, la intuición tiene la característica particular de lo dado, en contraste a lo derivado o producido de las funciones racionales, poniendo de manifiesto la esencia así como también las posibilidades inherentes al momento presente. La intuición asalta la consciencia de la persona, camuflándose de percepción, de sentimiento o de hallazgo intelectual, pero sin ser ninguna de ellas.
Visto de este modo podría considerarse un privilegio ser intuitivo, pero no creo en la supremacía de ninguna función sobre otra, en nombre de la verdad. Valoro lo intelectual, como lo perceptivo y lo sentimental. Creo que funcionan de forma compensatoria para vivir sabiamente. Pero considero que es iluso, desgastante y frustrante ir en contra de nuestra esencia cuando ya la reconocimos. Pretender ser otros es realmente agotador y desesperanzador para nosotros mismos y doloroso para los demás. Pretender ser es no ser.
Considero que es iluso, desgastante y frustrante ir en contra de nuestra esencia cuando ya la reconocimos.
El camino del intuitivo es a veces un poco oscuro. Al carecer de explicaciones que sacien nuestras formas internas de funcionamiento, se va viviendo de forma tentativa o con explicaciones prestadas.
A medida que se van sumando años de vida y el discurso de la sociedad racional se va colando en nuestro interior, comienza una guerra para los que somos intuitivos. Queremos ser racionales, porque aparentemente la verdad suprema nos será revelada de esa forma. No existe verdad sin justificación pormenorizada de cómo se llegó a ella. Justificación que valga para calmar la necesidad de control de esta sociedad donde vivimos. Y así vamos poniendo grilletes lentamente a nuestra intuición. Porque aparentemente no es confiable.
Si de pequeños tenemos un entorno que nos aliente y no nos viva cuestionando nuestras “sensaciones”, “pensamientos” o “sentimientos”, tendremos un camino más en paz con nosotros mismos. Pero no suele ser así. Si no hay justificación y pruebas demostrables de lo que nos pasa, desde niños aprendemos a desconfiar de nosotros mismos. Y esa es una herida que va a llevar tiempo sanar.
O si pasa algo más saludable, viviremos de dos formas. Una donde no nos traicionemos a nosotros mismos y fluya nuestra intuición, generalmente en soledad, canalizando lo que nos pasa mediante el arte, la exploración interna o externa y así tomarnos como experimento propio para conocernos. Otra, haciendo todo lo posible, aprender los métodos socialmente aceptados para traducir nuestro interior, explicarnos y así establecer lazos, quizás menos espontáneos pero sí más fieles a nuestra verdad.
La intuición asalta la consciencia de la persona, camuflándose de percepción, de sentimiento o de hallazgo intelectual, pero sin ser ninguna de ellas.
De todas formas, eso sirve durante un tiempo. Llegado el momento, y si nuestra necesidad de ser cada vez más auténticos y fieles a nosotros mismos aumenta, esas dos realidades deben acercarse y convertirse en una. Con matices. Pero sentirse uno mismo, íntegro.
Con el paso del tiempo y el fortalecimiento de la confianza en nosotros mismos, nos serán más llevaderas nuestras interacciones sociales. Quizás generalmente seremos tildados de raros, solitarios, brujos, o fantasiosos, pero el tiempo hace que también los demás confíen en nosotros, sin necesidad de buscar tantos porqués ni de tacharnos de fantasiosos (en el mejor de los casos).
Por mi parte como escribí hace unos años:
“¡Y sí! ¡Soy loca!
Porque valoro la opinión, consejos, puntos de vista de los demás, pero bien saben los que me conocen, que siempre hay una voz dentro mío, que termina hablando tarde o temprano, que puede coincidir o no con el afuera, pero cuando esa voz habla y actúa, mis ojos encendidos no me permiten errar el camino.”
Esta es mi ley, porque es mi esencia. Cada uno deberá encontrar donde tiene su punto de mayor veracidad. Pero mi intuición para mí es sagrada. A lo largo de mi vida, me fue encontrando, moldeando. Cada vez nos llevamos mejor y permito sin tantas barreras que me haga día día más auténtica.
Cuando era adolescente leí el libro de Osho “Intuición”, para ver si encontraba allí aunque sea una pequeña guía de cómo funcionaba, así ponía un par de velas en el camino oscuro y a tientas que estaba recorriendo. De ese libro, saqué el siguiente texto:
“Cuando el cuerpo funciona espontáneamente se le llama instinto.
Cuando el alma funciona espontáneamente se le llama intuición.
Son dos cosas semejantes y a la vez alejadas entre sí.
El instinto pertenece al cuerpo, lo burdo;
La intuición pertenece al alma, lo sutil.
Entre las dos cosas se encuentra la mente, la experta,
Que nunca funciona espontáneamente.
La mente significa conocimiento.
El conocimiento nunca puede ser espontáneo.
El instinto es más profundo que el intelecto
Y la intuición está por encima del intelecto.
Ambos trascienden el intelecto y ambos son buenos.”
Insisto, ser intuitivo es principalmente atreverse a creer.
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